lunes, 21 de julio de 2025

Relato: Un encuentro mágico con el Salto del Tequendama

Amaneció con niebla espesa ese sábado, y la emoción de descubrir el Salto del Tequendama me sacó temprano de casa. El trayecto desde Soacha era corto, pero a medida que avanzaba por la carretera, la montaña y el aire frío anticipaban que el día me regalaría una experiencia fuera de lo común. Cuando finalmente llegué al mirador, el estruendo del agua cayó como un telón de fondo sobre el silencio; el Salto se abría ante mis ojos, majestuoso, colmando el cañón con nubes de agua y luz.

De pie en el borde, sentí cómo la brisa mojada me acariciaba la cara y la historia ancestral del lugar parecía susurrar entre la niebla. Recordé las leyendas muiscas que narran cómo los dioses abrieron la cascada para salvar a su pueblo de una gran inundación. La naturaleza no solo mostraba su fuerza, sino también su vínculo sagrado con las culturas que habitaron estas tierras mucho antes de mi visita.

Decidí entrar a la Casa Museo, donde recorrí las salas llenas de fotografías antiguas, mapas y testimonios de la restauración ecológica en la zona. Allí aprendí que el Salto no es solo un espectáculo paisajístico: es patrimonio natural e histórico, pulmón verde y laboratorio de conservación. Al asomarme a una de las ventanas del museo, vi bandadas de aves sobrevolando el cañón, mientras turistas y habitantes compartían historias, risas y muchas fotos.

Antes de irme, bajé por uno de los senderos cortos, respirando el aroma húmedo de los helechos y el eco de las leyendas. Sentado cerca del borde, con la niebla descendiendo ya sobre el río Bogotá, comprendí por qué el Salto del Tequendama ha inspirado a generaciones de visitantes: es un recordatorio vivo del poder de la naturaleza, la fragilidad de los ecosistemas y la importancia de cuidar lo que la historia y la tierra nos han legado. Lo recomiendo a quienes buscan admirar, aprender y sentir el pulso profundo de la región.

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